Por: Carlos Canales
Sonó la campana en el lobby y un miembro del staff de Teatro SEA
anunció: “Historias de mi gente”.
Hacemos la fila y esperamos que vengan a buscarnos y llevarnos a la sala
que se representará la obra. Nuestro guía nos conduce por unas escaleras,
escuché en una sala un grupo de Jazz, llegamos a la puerta y el guía la toca.
Mientras esperamos unos segundos que se abra la puerta, veo una celebración de
una exposición de arte. Hablan, beben y conversan. Rememoro la icónica película
Sin Aliento de Jean Luc Godard.
Al entrar a la sala conozco a Héctor Luis Rivera, el director de la pieza. Antes de sentarnos le presento a Celeste y a Faustine. Nos ubicamos en las butacas y me fijo en el actor que está sentado de costado en una silla mirando estático hacia la pared de la izquierda. Transcurridos unos minutos el actor se levanta, nos observa fijamente y empieza a decir unos parlamentos y luego añade una breve introducción de la pieza El matrimonio. El personaje que interpreta el actor es el autor de Historias de mi gente. El actor que actuaba ante nosotros vestía como un ser de la noche, un prestidigitador, un Houdini y tenía muy claro cuál era su función y su objetivo y lo consiguió. Termina la breve explicación de la primera obra, da la bienvenida a los personajes y se retira ceremonioso.
La obra El matrimonio plantea un conflicto moral y la solución es embarcar a la hija a Nueva York. Regresa el autor, introduce la segunda obra, La Hija, un monólogo conflictivo y revelador. Vuelve el autor y explica cómo se celebraban las bodas en el pasado en Puerto Rico e introduce la obra La Boda. En ella, Las Damas Emperifolladas de la Calle Orquídea, invitadas de honor a la recepción, demuestran que son unas cronistas implacables y poseen unas lenguas educadas, que el día que mueran necesitarán cuatro ataúdes. La última obra, La novia, es comentada por otro actor (fue nuestro guía) que interpreta al autor. La madre canta un corito evangélico, la novia entra conflictiva y exigiendo que su novio salga del cuarto. Cuando él sale, se sorprende, se complica su dilema y sale insultando…
Al finalizar la función (después de los saludos y recibir el apoyo de los espectadores), Héctor Luis presenta al dramaturgo y agradece los aplausos. A continuación, vienen las presentaciones, las felicitaciones, los agradecimientos y las sesiones de fotografías. Antes de abandonar la sala, Héctor Luis me pide que regrese a ver Historias de mi gente. Celeste (la fotógrafa), Faustine y yo vamos a otra sala a ver el monólogo Confundida de la dramaturga Julie de Grandy, interpretada por Úrsula Tinoco y dirigida por George Riverón. Los espectadores estaban sentados en unas escaleras estrechas. Nosotros nos sentamos en las sillas del fondo. En ese instante, recordé unos ejercicios de actuación improvisada que hicimos en unas escaleras similares en Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en el curso de dirección escénica que impartió la Dra. Victoria Espinosa. “El tiempo es sueño”.
Resumo un poco Confundida. La actriz Úrsula Tinoco está metida dentro una vitrina, no literalmente, así la percibo en el espacio escénico. Parecía como si fuera un afiche de una película: Now Showing. El concepto de encierro iba acorde con la narración testimonio de las transformaciones de su vida, los conflictos y las contradicciones persistentes del pasado pero que solapadamente permanecen en el presente. Un personaje complicado que ya entró en la ruta de la crisis existencial. Una actuación sobresaliente en todos los sentidos (proyección, dicción, dominio del personaje, manejo del cuerpo y la gestualidad). Las expresiones del rostro, un jeroglífico que urge descifrarlo. La dirección ingeniosa de George Riverón se concentró en el minimalismo intrínseco que exige el monólogo Confundida, dimensionando el discurso revelador del texto con unas indicaciones precisas del movimiento escénico que resaltaban su concepto de puesta en escena. Sugestivo el concepto plástico de Riverón. Un fondo negro, con unas luces blancas alrededor, la actriz vestida de negro con destellos blancos en su traje, medias blancas y uñas rojas. Me sentí transportado a dimensiones infinitas del ser y del universo. Celeste, Faustine y yo disfrutamos Confundida, su lenguaje incisivo, su humor trágico y su profundidad…
Volvimos a la sala de espera del Teatro SEA. Celeste y Faustine deciden
ver Mujeres de cascos ligeros. Y yo vuelvo a la sala a ver Historias de mi
gente. Cuando estoy sentado, Faustine entra a la sala, me dice: “quiero ver la
obra otra vez y hacerte compañía”. Faustine no sabe, aunque le dije, lo feliz y
orgulloso que me hizo sentir en ese momento… En esta ocasión estaba más
concurrida la sala. Me tensioné. Por eso me senté detrás para tener esa
perspectiva imprescindible y observar, como el conductista Skinner, las
reacciones de los espectadores. La primera función quedó muy bien, pero la
segunda la superó, y Faustine y yo nos la gozamos. Al final de la
representación, Héctor Luis volvió a notar mi presencia y le agradecí a los
espectadores.
Antes de irnos de la sala, comuniqué a los actores que esta función
había superado a la primera, y se alegraron. Porque lograron un fundamento en
la actuación del microteatro: el gesto y el movimiento corporal que, en
ocasiones, trasciende el texto (dramático, narrativo o poético), aportando o
contradiciendo el discurso explícito e implícito. Volvimos a la sala de espera
y Celeste nos recomendó Mujeres de cascos ligeros que le había fascinado.
Faustine y yo seguimos la recomendación de Celeste y ella decidió ver Un
reflejo. “Un texto poético y humano, conflictos internos y me gustó mucho”, nos
dijo después que la vio… Nos vinieron a buscar y transitamos un laberinto
borgiano y llegamos a nuestro destino. (Esos recorridos fueron una aventura
maravillosa que complementaba la acertada logística diseñada por el Teatro
SEA.)
Las Mujeres de cascos ligeros nos estaban esperando sentadas en una
mesita, bebían café y lo acompañaban con unas galletitas. Nos dieron la
bienvenida con gesticulaciones significativas. Habíamos llegado a la casa de un
familiar o de unas amistades. Permítanme irme por la targente. En el micro
teatro los espectadores siguen siendo voyeristas, como en los escenarios
convencionales, pero cambia la perspectiva del espectador, es decir no es un
voyerista separado, distanciado, sino que es parte integral de la acción, es
inseparable, se convierte en un espectador participante, un personaje más, el
oyente en una narración, es como si nos reuniéramos en una sala, en un balcón,
en un patio o en una esquina caliente a escuchar cuentos y a contarlos también.
Percibí que nosotros los espectadores estábamos sentados en la mesa con esas
dos mujeres hermosas y elegantes, extraídas de un sueño o descendientes de las
mujeres sabias de Moliere.
Mujeres de cascos ligeros es un texto narrativo y testimonial, lo
primordial es el cuento, cómo se cuenta y para qué se cuenta. (“Vivir del
cuento” de Manuel Ramos Otero.) Pero en ese contar se trasluce el conflicto. La
dramaturga venezolana Indira Páez invierte el discurso despreciativo que
esgrimen los guardianes de la moral y lo transforma en un estandarte de
virtudes, jugando con el lenguaje. Una victoria olímpica. Una coronación de
Miss Universe. Ese discurso irreverente y fársico provoca carcajadas en los
espectadores. Las interpretaciones excelentes de las actrices (María José Roa,
Andrea Meireles e Isabel Bertelsen) nos tuvieron en la mirilla todo el tiempo,
con sus parlamentos ocurrentes, miradas envolventes y cómplices y
gesticulaciones e interpelaciones. En un momento sentí que nosotros éramos los
actores y ellas los espectadores. Fue una impresión, pero eso sugiere la
representación. La dirección estética de Martín Chamorro supo sacarle provecho
al hecho de tener a las dos actrices sentadas casi todo el tiempo, concentrando
su bloqueo en el impacto que causaría en los espectadores. Y lo logró mucho más
allá de lo que proyectaba.
Un último señalamiento quiero hacer: en un momento miré mi reloj (mala señal) y pensé: “ya debe acabar y acabó”. Perfecto. En el micro teatro (otro día reflexionaré sobre el tema), el dramaturgo está obligado a escribir el texto pensando en el tiempo de representación (20 minutos como máximo, en algunos países se extiende a 30 minutos) tomando en cuenta el ritmo, pausas, transiciones y movimientos, aunque sean mínimos. La labor del director y las actrices y los actores es montar la pieza en el tiempo impuesto... Es una labor conjunta que exige rigor, concentración e inteligencia.
Back to the future. Antes de comentar Historias de mi gente es preciso escribir una breve introducción. Fueron escritas en el 2003 como teatro brevísimo. Piezas de 10 minutos de duración. No por imposición; sabía que ese era, más o menos, el tiempo de duración de las obras. Escribí las piezas cortas independientes, pero en el proceso de escritura descubrí que todas unidas podrías ser representadas en una noche. Originalmente se titulaba Historias de mi barrio, aludiendo a un lugar de ficción: Buenafortuna. En años recientes cambié el título a Historias de mi gente, lo sentí más íntimo y, tal vez, como reminiscencia de la salsa Mi gente que interpretaba Héctor LaVoe. Y porque ya no vivo en la isla. Después de su estreno el 14 de noviembre de 2022 y representada en Tributo en enero de 2023, conversé con Héctor Luis Rivera y le envié las obras.
Al leerlas, Héctor Luis me pidió permiso para trabajar los textos con
sus estudiantes de actuación y se lo concedí. Una tarde recibí una llamada de
Héctor Luis y me dijo que había sometido cuatro piezas del conjunto a la
convocatoria de Micro Theater New York 2023 convocado por Teatro SEA. Añadió
que el Teatro TEBA las sometió porque se ajustaban a la temática: “Es mi
cuerpo, yo decido” y fueron escogidas. Demás está decir que me alegró la
noticia. Agradezco a Héctor Luis por haber seleccionado las piezas que entendió
que cumplían con la temática. Fue Héctor Luis quien hilvanó los textos.
Como yo fui espectador de Historias de mi gente sería injusto con el
Teatro TEBA, con el director, con los actores y actrices y todos los que
estuvieron en la producción de la obra no escribir mis opiniones. Me gustaron
las dos representaciones. Las actrices y los actores experimentados (Franco Galecio, Maga Cedeño, Lilly Reyes,
Luis Viñoles, Dilcia de Jesús y Lucy Santiago) cumplieron con su cometido
en el escenario. Estuvieron en domino de sus personajes, provocaron la risa y
los aplausos sostenidos de los espectadores. La dirección diestra de Héctor
Luis Rivera marcó un ritmo vertiginoso y resolvió problemas de desplazamiento
escénico, cambio de utilería y vestuarios. Utilizó muy bien (a capacidad) el
espacio escénico. También aplicó el minimalismo y lo estático. Además, inventó
un truco de magia superlativa que me fascinó. Con sólo descorrer un mantel
cambió la perspectiva y reveló otro mundo.
Ha llegado el
momento de finalizar esta crónica, pero antes de hacerlo, quiero agradecer a
Teatro SEA por escoger la propuesta del Teatro TEBA, al Dr. Manuel Morán y a su
staff por las atenciones y deferencias que tuvieron conmigo y con Celeste y
Faustine. También agradezco a Teatro TEBA por representar con entrega y dignidad
Historias de mi gente.
El 10 de marzo de
2023 fue una noche de epifanía.
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